Cartas de amor y desamor.
Febrero de 2013.
Las
vetas de la madera de la puerta, son las cicatrices de todos los días
que pasé intentando abrirla y no pude. Me dolían los portazos. (Los
tuyos más que los de cualquiera). Tu olor metiéndose en la risa de
mujeres a las que creías haber olvidado. Tu coche lleno de noches
robadas del cajón de las bragas de otra, que te hablaría de su vida
sin la tuya y esperaría poder dejarte vacío de besos, aún sabiendo
que tus labios solo se juntan con los míos, si no es en sueños. Y
volviendo a puerto y despertando en tu cama me agarro a tu cuerpo,
que es tejado y ventanas abiertas, dejando escapar el calor del
pecado y metiendo en casa el frío de las mañanas sin preguntas. Nos
deslizábamos entre las sábanas y nos íbamos de allí, con la
pereza absoluta del que espera algo distinto.
Después
el café, para despegar los párpados y los vuelos de pájaros
robinsones que desayunan entre huidas y revueltas. Entendí que nos
daban miedo alturas diferentes. Y nos comparé, como en una gráfica,
para buscar un punto medio que todavía no he encontrado. La última
vez que salí de tu casa dijiste: “Odio que te vayas, pero me
encanta ver cómo lo haces.” La primera vez que entré en ella me
quedé para siempre.
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